Tu fiera no quiere bañarse. Sencillamente no le da la
gana. No le parece necesario en absoluto. De hecho, a ti
tampoco te apetece una mierda discutir por eso. Pero hay
una voz en tu cabeza que te dice que no puedes transigir ahí.
Se ve que lo de ser madre viene con un chip que te obliga a
dar importancia a cosas tales como higiene, alimentación,
obediencia… A veces, te sorprendes a ti misma cabreándote
porque tu fiera no te obedece. ¡Pues claro que no te obedece!
Que alguien pruebe a darte órdenes a ti… Así que procuras
que lo tuyo no sean órdenes, sino sugerencias. Y tardas más,
claro. Pero le metes en la bañera, qué coño, porque tú, como
bien sabes, eres la polla. Y le pones el pijama también a base
de sugerencias. Primero este pie, mama. No, primero este. No,
este. Este. Este. ¡Vale! La mama se está enfadando otra vez…
Ya en pijama, te espera viendo la tele. Haces la cena
asomándote de vez en cuando al comedor. Ahí está. En el
sofá, la mar de tranquilo, con carita de no haber roto nunca
un plato. Está agotado. Mira vida, croquetas. No te limpies
con el pijama, por favor. ¿Quieres usar la servilleta? ¿No
quieres más? Pero si has comido muy poco. Un poco más y te
doy el postre. Venga, ¿Un yoghur? Vale. Un rato la tele y a
dormir. ¡Un rato no, así! Y extiende sus dos manitas abiertas.
Porque esa es su manera de decir mucho. Supones que
piensa: un dedo es uno, dos dedos son dos… Si pongo todos
los dedos que tengo será lo máximo… Y eso hace: enseñarte
todos los dedos queriendo significar lo máximo. Y tu: cuando
se acabe esto, señalando la tele. Vaaale. Y llamas a su padre.
Hay que llamarle cada puto día. Manos libres. Habla con el
papa, dile que has hecho hoy. Tu fiera: nada. Y mientras su
padre intenta arrancarle un par de palabras más, te vas a la
cocina, abres la ventana y te fumas un cigarro. ¿Ya está,
vida? Dile buenas noches al papa. Dale un besito, rey. A
dormir. ¡Nooo! Berrinche al canto. Pero esto es fácil. Sabes
que quiere que te quedes a su lado. Así que, primero un pipi,
luego le das agua, y luego a la cama. ¿Se va la mama? No.
Pues, a dormir. Cuéntame un cuento. Vale. Los tres cerditos.
Y colorín colorado… ¡Ese no quería! ¡Quería otro! A dormir.
Mamaaa… A dormir. Mamaaa… ¡A dormir! Vale. Codazo.
Patada. Dedo en el ojo. Un besito. Te quiero vida, que
descanses. Yo también te quiero, mama. Será zalamero… A
dormir. Y se queda quieto. Y rezas para que se haya dormido.
Y sales de su cuarto lo más sigilosamente que puedes. ¡Sí! Se
durmió. A media noche se vendrá a tu cama, como siempre.
Pero ahora tienes dos opciones: recoger y limpiar (este medio
día no has hecho nada) o acostarte temprano. Estás agotada.
Y mañana trabajas todo el día. Pero ni la una ni la otra, para
variar. Te sientas delante del ordenador. Y se te hace
tardísimo. Así que te vas a dormir. Ya en la cama, piensas en
todo lo que deberías haber hecho. Y en que tu casa parece
una cuadra. Y en la cara que pondrá tu madre mañana,
cuando venga a buscar a la fiera. Pero te consuelas pensando
en que ya limpiarás el fin de semana. Al fin y al cabo,
tampoco puedes estar en todo. Aunque seas la polla. Que lo
eres. Y se te va la mente imaginando lo bonito que sería si
esto… O si lo otro… Un codazo. Ya lo tienes aquí. Le tapas. Le
adoras.
¿Ya? Joder, pero si te acabas de acostar… Y vuelves a
cagarte en el puto móvil…
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