27 de marzo de 2009

Un día (primer round)

¿Ya? ¡Joder! La alarma de tu móvil ya está sonando y a

ti te da la sensación de que te acabas de acostar. Menuda

mierda. Te cagas en tu padre, en tu madre y en el puto móvil.

Porque tú eres así de mal hablada, no puedes evitarlo. Tienes

un sueño que te mueres. ¿Es que nunca se acostumbra uno

a madrugar? No. A esta tortura no puede acostumbrarse

nadie en su sano juicio. En fin, no debes darle más vueltas.

Tienes prisa, claro. Tú siempre tienes prisa. Y hambre. Llevas

tres días comiendo como un pajarito para perder dos putos

quilos. Ahora te comerías a la madre que parió al puto móvil

por los pies. Pero no. No es plan. Ahí está la fiera. A los pies

de tu cama. ¿Cómo lo hará para acabar ahí? No te sorprende,

la verdad. No para. Nunca has visto a nadie capaz de moverse

tanto mientras duerme. Sólo a él. A tu fiera de 3 añitos. Se te

pasa por la cabeza que igual tiene una especie de mecanismo

incorporado que funciona a base de pilas duracel, por lo

menos, que le impide estar quieto más de… ¿Diez segundos?

Pero ahora está ahí. Quietecito. Durmiendo “tan a gusto”

como dice él. Te levantas. ¿Qué vas a ponerte? A ver…

Bragas, calcetines, suje, tejanos, camiseta. ¿Negra? Sí, negra.

Para no variar. Te vas al baño. Vuelves. No has cogido una

toalla. ¿No hay toallas limpias? Que no te jodan. Aunque no

te extraña. Imposible encontrar algo en ese armario. Te

recuerda a la típica parada de rastro con un montón de ropa

a 3 euros. Todo apelotonado. Ropa tuya, de tu hijo, limpia,

sucia, juguetes, zapatos…De hecho, ese es el aspecto de tu

casa en general. De tu vida en general, más bien. Patas

arriba. En fin. Encuentras una toalla y al baño otra vez. Hace

frío. La sola idea de quitarte el pijama te hace coger

escalofríos. Vale. Pones el calefactor. Y mientras se calienta el

baño, un café. Un café con leche para desayunar te puedes

tomar. El desayuno no está reñido con la dieta. No, no. Es

más, en la tele dicen que la gente delgada es la que desayuna

bien. Pensándolo bien, hasta podrías mojar un par de

galletas… Bufff, ¿estás tonta? Un café y se acabó. Ya está

aquí tu madre. Vas a despertar al niño. Bueno, a intentarlo.

Vida… Cariño… Arriba… ¡No! ¡Tápameeeee! Ahora le da por

pedirte que le tapes con la sábana completamente cada

mañana. Se debe pensar que si está tapado no le ves y podrá

dormir eternamente y librarse del cole. Joder, igual funciona.

Estás por meterte tú también bajo la sábana. ¡Qué coño! Lo

haces. Los dos ahí metidos y tu fiera que, curiosamente, no

para de moverse. Vale, ya van tres codazos y un dedo en el

ojo. ¡Cariño! Vamos a salir de aquí que la mama se ahoga.

Pero no sale, claro. Tu madre también lo intenta: venga,

cariño, que es tarde. Y tú: al final la mama se va a enfadar.

De hecho ya lo estás. Y tu fiera lo nota en tu tono y dice:

vaaaaaaale. Y te vas a la ducha. Cinco minutos. Tú ya estás

vestida; eres la polla. Tu fiera, corriendo en pelotas por el

pasillo. Y tu madre detrás. Qué paciencia tiene, la tía. Ahí

empiezan las amenazas: la mama ya está; si no te vistes, nos

vamos y te quedas en casa solito. Y claro, al final le vistes. O

le viste tu madre. Hacéis lo que podéis. Y salís de casa los

tres. Tu fiera con un sombrero vaquero que tenía que llevarse

a toda costa y tres pistolas. Tu madre con la chaqueta del

niño, que no ha consentido en ponerse y una pedazo de bolsa

llena de ropa sucia. Cómo la adoras. Y tú con el bolso, la

carpeta de la autoescuela y una bata limpia en una mano,

mientras con la otra intentas encenderte el cigarro que no

has podido fumarte después del café. Abajo, un beso. Te

quiero, mi vida. Yo también, ¿Cuánto? Todo. Ains. Tu madre

y tu fiera en un coche, dirección al cole. Tú, en tu coche,

dirección al curro. Primer round.

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