23 de mayo de 2013

Empatía


La empatía (del vocablo griego antiguo εμπαθεια, formado εν, 'en el formato de', y πάθoς, 'sufrimiento, lo que se sufre'), llamada también inteligencia interpersonal en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra.

Eso qué quiere decir? Que tener empatía es tener la capacidad de ponerte en el lugar de otra persona y así, entenderle mejor.

Ni que decir tiene, que la empatía no abunda. Hay demasiada gente incapaz de sentirla y hay demasiada gente que ni siquiera lo intenta!

Cuando no hay empatía, no siempre está todo perdido. Es decir, es posible que no seas capaz de ponerte en el lugar del otro, porque no te sale, porque eres tontito, porque estás demasiado centrado en ti mismo... Por lo que sea! Pero SIEMPRE te queda la opción del respeto. Que no lo entiendo? Mejor me callo, no vaya a meter la pata! Pero claro, para eso hace falta un poquito de HUMILDAD. Y la gente que no tiene capacidad de empatía, tampoco suele ser humilde. Son gente que no se molesta en ponerse en el lugar de los demás, ya que están convencidos de que "los demás" están equivocados y ellos son poseedores de la verdad absoluta.

Hasta ahora he mencionado valores como la EMPATÍA, el RESPETO y la HUMILDAD. Tres valores muy importantes, que si están presentes en tu vida te la facilitan mucho. A ti y a la gente que te rodea.

Quizás, leyendo esto creas que a ti en empatía, respeto y humildad no te gana nadie. Quizás, así sea. Pero también puede ser que estés muy equivocado. Sabes cuál es la manera de saberlo? Piensa en cómo te trata la gente que te rodea. Te da la sensación de que nadie te entiende? de que todo el mundo está en tu contra? de que todos los demás son gilipollas o están mal de la cabeza? Si la respuesta es sí en al menos dos de las preguntas anteriores, EL PROBLEMA LO TIENES TÚ!! En ese caso, te recomiendo darle un giro a tu vida incorporando, esta vez de verdad, de corazón, estos tres valores en tu vida. Verás qué bien!

17 de mayo de 2013

Te ciero

"mama si te digiera
lo que te ciero no acavaria
ni en toda mi vida
ni mis ijos

dani si te digiera
lo que te ciero
no acavaria
ni vivo ni muerto

nina si te digo
lo que te ciero
acabaria en dos dias"



Este "poema" está colgado en la puerta de mi nevera. Tal cual.

(Nina es mi perrita.)

Soy más feliz!

8 de mayo de 2013

Homosexualidad




Yo soy heterosexual.

Empezar la entrada con esta afirmación puede parecer absurdo y fuera de lugar. Pero no lo parecería tanto si hubiera empezando afirmando lo contrario. Parece ser que, cuando uno es homosexual, decirlo de antemano y permitir que eso te defina no sólo es normal, sino que a veces es obligado. Y yo no lo entiendo!

A mí, personalmente, el hecho de que haya gente homosexual no me afecta en absoluto. Y lo digo de verdad. No veo amenazada mi estabilidad emocional, ni mi futuro, ni el futuro de mi país, ni de mis hijos, ni de la humanidad en general, ni DE NADA. Pero ni siquiera un poquito, eh? Por mucho que le dé vueltas, no se me ocurre en qué puede afectarme eso a mí.

Te digo más. Aunque ahora mismo los científicos del mundo entero se reunieran para afirmar, sin lugar a dudas, que de manera irrefutable, dentro de mil años, TODOS Y CADA UNO DE LOS SERES HUMANOS SERÁN HOMOSEXUALES, aunque eso ocurriera, TAMPOCO ME IMPORTARÍA!! Eso no acabaría con la especie humana!! Hace años que hemos separado el sexo de la reproducción!! No lo veis?? Hoy en día algunos, los más afortunados, somos capaces de disfrutar del sexo sin tener la más mínima intención de reproducirnos. Hoy en día, también, somos capaces de reproducirnos aunque no tengamos sexo. Por lo tanto, qué más da con quién se acueste la gente?? Se trata de ser feliz, COÑO YA!!

"Es que los homosexuales son muy promiscuos" No te jode! Y los heterosexuales!! pues anda que no hay gente en los puticlubs!! La diferencia? la discrección, ni más ni menos. El problema de la promiscuidad son las enfermedades. Luchemos contra eso! Investiguemos! Acabemos con el SIDA, no con los gays!! Acabemos con la gonorrea y el herpes y que todo el mundo pueda follar sin miedo, con quien quiera!

"Es que la familia está en peligro" PERO QUÉ FAMILIA NI QUÉ COÑO! En peligro por qué? Quizás estamos avanzando. Quizás se trata de una evolución y el ser humano acabe conviertiéndose en un ser androgino, sin diferencias entre sexos. Y qué? Cuál sería el problema?

En serio, no entiendo a la gente que se siente amenazada. Tampoco entiendo a la gente que dice frases como: "si mi hijo de mayor es gay, pues bueno, lo aceptaría, qué le vamos a hacer?" A mí no me preocupa en absoluto si mi hijo es gay o no. A mí me preocupa que sea buena persona, que tenga valores y principios, que sea feliz, que encuentre a alguien que le quiera y con quien compartir su vida, su alegría y su dolor, que esté sano, que estudie, que tenga un buen trabajo, que tenga amigos, que no se drogue... Pues anda que no hay cosas de las que preocuparse!

En fin, nada más, tenía ganas de decir todo eso y por ahí he leído que para eso es un blog, no??

7 de mayo de 2013

Un día de hace 5 años...

Hace ya unos cinco años que escribí esto... Por aquel entonces vivía sola con mi hijo y no era nada fácil. Ahora, me gusta releerlo y ver cómo ha cambiado mi vida. Por si alguien se aburre aquí lo dejo:

Un día en cinco rounds




¿Ya? ¡Joder! La alarma de tu móvil ya está sonando y a ti te da la sensación de que te acabas de acostar. Menuda mierda. Te cagas en tu padre, en tu madre y en el puto móvil. Porque tú eres así de mal hablada, no puedes evitarlo. Tienes un sueño que te mueres. ¿Es que nunca se acostumbra uno a madrugar? No. A esta tortura no puede acostumbrarse nadie en su sano juicio. En fin, no debes darle más vueltas. Tienes prisa, claro. Tú siempre tienes prisa. Y hambre. Llevas tres días comiendo como un pajarito para perder dos putos quilos. Ahora te comerías a la madre que parió al puto móvil por los pies. Pero no. No es plan. Ahí está la fiera. A los piesde tu cama. ¿Cómo lo hará para acabar ahí? No te sorprende, la verdad. No para. Nunca has visto a nadie capaz de moverse tanto mientras duerme. Sólo a él. A tu fiera de 3 añitos. Se te pasa por la cabeza que igual tiene una especie de mecanismo incorporado que funciona a base de pilas duracel, por lo menos, que le impide estar quieto más de… ¿Diez segundos? Pero ahora está ahí. Quietecito. Durmiendo “tan a gusto” como dice él. Te levantas. ¿Qué vas a ponerte? A ver… Bragas, calcetines, suje, tejanos, camiseta. ¿Negra? Sí, negra. Para no variar. Te vas al baño. Vuelves. No has cogido una toalla. ¿No hay toallas limpias? Que no te jodan. Aunque no te extraña. Imposible encontrar algo en ese armario. Te recuerda a la típica parada de rastro con un montón de ropa a 3 euros. Todo apelotonado. Ropa tuya, de tu hijo, limpia, sucia, juguetes, zapatos…De hecho, ese es el aspecto de tu casa en general. De tu vida en general, más bien. Patas arriba. En fin. Encuentras una toalla y al baño otra vez. Hace frío. La sola idea de quitarte el pijama te hace coger escalofríos. Vale. Pones el calefactor. Y mientras se calienta el baño, un café. Un café con leche para desayunar te puedes tomar. El desayuno no está reñido con la dieta. No, no. Es más, en la tele dicen que la gente delgada es la que desayuna bien. Pensándolo bien, hasta podrías mojar un par de galletas… Bufff, ¿estás tonta? Un café y se acabó. Ya está aquí tu madre. Vas a despertar al niño. Bueno, a intentarlo. Vida… Cariño… Arriba… ¡No! ¡Tápameeeee! Ahora le da por pedirte que le tapes con la sábana completamente cada mañana. Se debe pensar que si está tapado no le ves y podrá dormir eternamente y librarse del cole. Joder, igual funciona. Estás por meterte tú también bajo la sábana. ¡Qué coño! Lo haces. Los dos ahí metidos y tu fiera que, curiosamente, no para de moverse. Vale, ya van tres codazos y un dedo en el ojo. ¡Cariño! Vamos a salir de aquí que la mama se ahoga. Pero no sale, claro. Tu madre también lo intenta: venga, cariño, que es tarde. Y tú: al final la mama se va a enfadar. De hecho ya lo estás. Y tu fiera lo nota en tu tono y dice: vaaaaaaale. Y te vas a la ducha. Cinco minutos. Tú ya estás vestida; eres la polla. Tu fiera, corriendo en pelotas por el pasillo. Y tu madre detrás. Qué paciencia tiene, la tía. Ahí empiezan las amenazas: la mama ya está; si no te vistes, nos vamos y te quedas en casa solito. Y claro, al final le vistes. O le viste tu madre. Hacéis lo que podéis. Y salís de casa los tres. Tu fiera con un sombrero vaquero que tenía que llevarse a toda costa y tres pistolas. Tu madre con la chaqueta del niño, que no ha consentido en ponerse y una pedazo de bolsa llena de ropa sucia. Cómo la adoras. Y tú con el bolso, la carpeta de la autoescuela y una bata limpia en una mano, mientras con la otra intentas encenderte el cigarro que no has podido fumarte después del café. Abajo, un beso. Te quiero, mi vida. Yo también, ¿Cuánto? Todo. Ains. Tu madre y tu fiera en un coche, dirección al cole. Tú, en tu coche, dirección al curro. Primer round.


Entras por la puerta a y 57. Hay por lo menos cincuenta personas ahí dentro. Esperando. Con su número en la mano. Porque para verte a ti hay que coger número. Y eso les encanta, por lo visto. Entras en tu despacho y te pones la bata. Dejas el bolso en el hueco debajo de la mesa, la carpeta sobre ésta y sales pitando a preguntar quién es el primero. Eso les encanta también. Empiezan a gritar su número, agitándolo al viento, para que veas que no te mienten. El primero, el 37. Bien, le das al botoncito y esperas…1..2..3..31..32..33..34..35..36..¡Yaaa! Te avisan. Qué amables. Venga pase. Te sientas. ¡Mierda! No has encendido el ordenador. Con lo que tarda. Este señor quiere hora con la doctora. Para hoy, claro. Es muy urgente: lleva meses con ese dolor. Sí, lo entiendes. ¿Me espera un poquito? Es que se está encendiendo el ordenador. Cómo no. Y se queda ahí, mirándote. Con el número en la mano, levantada en alto. Se ha quedado así, paralizado. Iniciando, por favor espere. No, si tú esperas. Hoy tampoco vas a darle una patada al ordenador. Y al señor que tienes delante tampoco. Pobre hombre. Lleva meses con ese dolor… Ya. Vale. Le doy para hoy…A las doce. ¿Su nombre? ¿Cómo? Su nombre, por favor. ¿Mi nombre? Sí. Pues eso, a las doce. ¿Tan tarde? ¡Es urgente! No tengo nada antes… Y pones la cara de “perdóneme-por-existir”.Y te perdona la vida. Tú es que eres muy maja. Meeekk. ¿Ya das hora para junio, nena? Buenos días. No, todavía no. ¿No? No. Otra vez tu carita. Pero, entonces, ¿cuándo? Faltan cuatro meses. No sabes. Mejor que venga cuando falte un mes… Bueno, ¿y para mayo? Sí, para mayo sí. ¿Un análisis? ¿Le va bien el 5 de mayo? ¿El 5 de mayo? Sí, el 5 de mayo. Pues no lo sé, nena, es que falta mucho. Ya. Meeekk. Buenos días. Vengo a por las recetas de mi vecino. ¿Cómo se llama? ¿Quién, mi vecino o yo? ¿Las recetas para quién son? ¡Para mi vecino! Pues dígame el nombre de su vecino, si-es-tan-amable. Estás intentando mantener la calma, lo juras. Andrés. Aha, ¿qué más? ¿Qué? ¡Que qué más! No lo sé. Mmmm… Pues necesito los apellidos. Te mira con cara de “pues-no-los-tengo-y-no-me-voy-de-aquí-sin-las-recetas-de-andrés”.Hay que ver lo expresivos que son en este pueblo. Respiras hondo y, mientras intentas recordar a un tal Andrés, abres el Messenger. No hay nadie, vaya mierda. ¡Andrés Pérez López! ¿Puede ser? Puede ser. Bueno. Meeekk. Buenos días. Buenos Días, guapetona. Mira qué te he traído. ¡Ah! ¡Bombones! Muchas gracias, no hacía falta, es usted muy amable. Nada, nada. Ahora voy a entrar a la doctora. ¿Ahora? Sí, ahora. Me apuntas, guapa. Em… Y te planteas si salir detrás de él a tirarle los bombones por la cabeza. Pero no lo haces, claro. Por no hacer, ni siquiera te los vas a comer. ¡Puta dieta! Le apuntas y se acabó. Meeekk. Nadie. Meeekk. ¿Nadie? Te asomas, ¿alguien para mí? Silencio absoluto. ¿Nadie? Miras a un lado de la sala. A otro. No hay nadie para ti. ¡Bien! Abres el Facebook. Te encanta el Facebook. Una cabecita asoma en tu puerta… ¿No le das al timbre, nena? Así hasta las dos. Con ligeras variaciones. Pero que muy ligeras. Segundo round.


Te subes al coche. Ya cansada de la sonrisa falsa que lleva en tu cara toda la mañana. Ahora, tu cara de si-vuelvo-a-ver-a-un-viejo-pidiendo-hora-le-mato. Espejos. Retrovisores. Gafas. Para conducir hay que ponérselas, no es tu intención matar a nadie. Cigarrito. Radio. Los cuareeeenta principaaaaales. Mola. Te gusta conducir. Y más si se trata de ir a casa a comer. Joder qué hambre. Aparcas en la puerta de casa. Zona azul. ¡Cabrones! ¿Hay correo? Sí, claro, facturas. Pues vale. Tres pisos sin ascensor. Pero ya no te afectan y menos ahora que has perdido un kilito. Estás ligera. A la vez que tú sube el viejo del segundo. Subes dando pequeños saltitos. No sabes a quién pretendes demostrar lo ágil que estás; si al viejo o a ti misma. Da igual. El caso es que ya estás arriba. Abres. Dejas en la entrada las facturas. En esa montaña de papeles que hace años que no miras pero que te da miedo tirar. Nunca se sabe. El bolso en la mesa del comedor. Al lado de un móvil de juguete, una botella de plástico vacía, y 500 instrumentos de médico de plástico. Y la carpeta. Pero, ¿por qué vas paseando la carpeta? Ni idea. Tienes media hora para comer, si luego pretendes hacer algo con este desorden. ¿Ensalada y sandwich de queso? Sí. Perfecto. O, como diría tu fiera, “delichiooso”. Qué hambre tenías. ¿Y ahora? Dos opciones: recoges y limpias o te echas la siesta. En fin, ni una ni la otra: pierdes el poco rato que tenías delante del ordenador. Es la hora. Coges el bolso, un colacao, un bollito y sales pitando, en la autoescuela abren a las 4 y podrás hacer tests durante 45 minutos antes de ir a recoger al niño. Todo controlado. Subes al coche. Espejos. Retrovisores. Gafas, ya sabes. Radio. Los cuareeeenta principaaaaales. Mola. ¡Mierda! La carpeta de la autoescuela. En fin, pasas de subir tres pisos otra vez. Ya en la autoescuela, rodeada de críos. ¿A qué han venido? A hacer tests, no. Desde luego. Se te pasa por la cabeza pedirles que se callen. Pero claro, ni se te ocurre. Pasas de quedar como la típica señora (que es como ellos te ven, aunque te pese) amargada. Recuerdas cuando tú te sacabas el carné de conducir y había una de esas en la autoescuela. Así que te callas. Tú eres guay. Te estás sacando el BTP. Y además no fallas ni una. De nuevo te reafirmas en que eres la polla. Sí señor. Las cinco menos cuarto. Te piras. Tu fiera está a punto de salir del cole. Tercer round.


En la puerta del cole, observas al resto de madres. Menuda fauna. Hay de todo. Y qué mayores sois todas. Claro, sois madres. Señoras. Vais a buscar a vuestros hijos al colegio. Dios. Ya sale. ¿De dónde viene este niño? ¿De la guerra? Fijo. Lleno de polvo. Y de mocos. Por lo visto en el cole juegan a revolcarse por el suelo un ratito cada día. Estás segura de que se trata de una nueva técnica pedagógica modernísima. Técnica que deben impartir en el último curso de la carrera de Pedagogía, que es el que tú no hiciste. Técnica que debe ir unida a la estrategia de no limpiarles los mocos bajo ninguna circunstancia. Así que le abrazas y le pides…No, le ruegas, un beso. Y le sonríes. Pero esta vez es una sonrisa de verdad. ¿Qué has traído? Un colacao. ¿Y qué más? Un bollito. Ahora sonríe él. También de verdad. Él siempre sonríe de verdad. Te cuesta unos diez minutos llegar al coche. Tu fiera quiere tomarse el colacao plantado delante del cole. Sabe mejor si todos tus amigos te ven. Tú lo sabes y se lo toleras. ¿Por qué no? Vamos a cruzar. Ahí va el forcejeo diario con tu fiera. Que me des la mano. Que no. Que mira el guardia qué te dice. ¿Qué me dice? Que me des la mano. Que ya soy mayor. Que sí, que claro, pero la mano que la mama se va a enfadar. Te la da. Cruzáis. ¿A dónde vamos? A comprar. ¿Pongo música? Sí. Guay. Pero ¡No cantes! Joder, qué manía. ¿Y si cantas bajito? Que no cantes, mama. Vaaaale. Una vez en el súper, tu fiera coge el cesto. Le encanta. Y le pierdes de vista, claro. En, aproximadamente, tres minutos, medio Eroski se sabe nombre de tu fiera. Sufres pensando que en cualquier momento vas a oír un estruendo en la otra punta del súper. O temiendo que de repente aparezca tu fiera cogido de la oreja por cualquier empleado de mantenimiento. Pero no pasa nada. No sabes si es porque en el fondo el tío tiene sus límites o si se trata de pura suerte. Le localizas. Pagas. Vámonos. ¿Y ahora? Al parque. Que corra. Y tú te sientas y le miras. Hay que mirar. Igual lleva diez minutos sin acordarse de ti. Pero, ay de ti como gires la cabeza o cojas el teléfono. ¡Mama! ¡Mira! ¡Ya miro, cariño, muy bien! Qué bien se lo pasa tu fiera. Y habla con todos. Tú no. Tú le miras a él y sonríes. No te apetece escuchar a otras madres hablando de sus respectivas fieras. Te concentras en la tuya y en planear una táctica para decirle que ya es tarde sin tener que enfadarte otra vez. No funciona, claro. Jamás está preparado para abandonar el parque. Piensas que si hubiera una sábana ahí te pediría que le taparas. Pero no hay sábana. A casa ¡Ya! Porque tú tienes paciencia, pero también tienes un límite. Y sólo te falta la típica pareja de cuarentones con cuatro hijos rubísimos, la mar de bien educados, mirándote con cara de deberías-ver-más-supernani. Tu fiera está cabreadísimo. En esos momentos te odia. Y es un odio profundo, sincero, igual que cuando te quiere. Tu fiera no tiene término medio. Pero te lo llevas y te consuelas pensando que“es por su bien”. Coges las bolsas de la compra del coche y tu bolso y su mochila y la chaqueta que se ha quitado en el parque y tampoco ha querido ponerse esta vez. Y en el primer escalón, te mira. Estoy cansado, mama. Y alarga sus brazos hacia ti, con esa expresión suplicante que todas las fieras saben poner. Y tú, que una vez leíste que era un crimen obligarles a andar cuando ya no podían más, te cagas en ese pediatra que lo escribió. Y subes tres pisos con tu bolso, la mochila, la chaqueta y cuatro bolsas de plástico en una mano y en la otra, tu fiera, que aprovecha el paseo para peinarte con toda la delicadeza de la que es capaz una fiera de tres años. Y mira por donde te inspira ternura. ¿Quién te quiere a ti? La mama. ¿Cuánto? Todo. ¿Todo es más que mucho? Te lo comerías. De nuevo en casa. Cuarto round.
Tu fiera no quiere bañarse. Sencillamente no le da la gana. No le parece necesario en absoluto. De hecho, a ti tampoco te apetece una mierda discutir por eso. Pero hay una voz en tu cabeza que te dice que no puedes transigir ahí. Se ve que lo de ser madre viene con un chip que te obliga a dar importancia a cosas tales como higiene, alimentación, obediencia…A veces, te sorprendes a ti misma cabreándote porque tu fiera no te obedece. ¡Pues claro que no te obedece! Que alguien pruebe a darte órdenes a ti… Así que procuras que lo tuyo no sean órdenes, sino sugerencias. Y tardas más, claro. Pero le metes en la bañera, qué coño, porque tú, como bien sabes, eres la polla. Y le pones el pijama también a base de sugerencias. Primero este pie, mama. No, primero este. No, este. Este. Este. ¡Vale! La mama se está enfadando otra vez… Ya en pijama, te espera viendo la tele. Haces la cena asomándote de vez en cuando al comedor. Ahí está. En el sofá, la mar de tranquilo, con carita de no haber roto nunca un plato. Está agotado. Mira vida, croquetas. No te limpies con el pijama, por favor. ¿Quieres usar la servilleta? ¿No quieres más? Pero si has comido muy poco. Un poco más y te doy el postre. Venga, ¿Un yoghur? Vale. Un rato la tele y a dormir. ¡Un rato no, así! Y extiende sus dos manitas abiertas. Porque esa es su manera de decir mucho. Supones que piensa: un dedo es uno, dos dedos son dos… Si pongo todos los dedos que tengo será lo máximo… Y eso hace: enseñarte todos los dedos queriendo significar lo máximo. Y tu: cuando se acabe esto, señalando la tele. Vaaale. Y llamas a su padre. Hay que llamarle cada puto día. Manos libres. Habla con el papa, dile que has hecho hoy. Tu fiera: nada. Y mientras su padre intenta arrancarle un par de palabras más, te vas a la cocina, abres la ventana y te fumas un cigarro. ¿Ya está, vida? Dile buenas noches al papa. Dale un besito, rey. A dormir. ¡Nooo! Berrinche al canto. Pero esto es fácil. Sabes que quiere que te quedes a su lado. Así que, primero un pipi, luego le das agua, y luego a la cama. ¿Se va la mama? No. Pues, a dormir. Cuéntame un cuento. Vale. Los tres cerditos. Y colorín colorado… ¡Ese no quería! ¡Quería otro! A dormir. Mamaaa…A dormir. Mamaaa… ¡A dormir! Vale. Codazo. Patada. Dedo en el ojo. Un besito. Te quiero vida, que descanses. Yo también te quiero, mama. Será zalamero… A dormir. Y se queda quieto. Y rezas para que se haya dormido. Y sales de su cuarto lo más sigilosamente que puedes. ¡Sí! Se durmió. A media noche se vendrá a tu cama, como siempre. Pero ahora tienes dos opciones: recoger y limpiar (este medio día no has hecho nada) o acostarte temprano. Estás agotada. Y mañana trabajas todo el día. Pero ni la una ni la otra, para variar. Te sientas delante del ordenador. Y se te hace tardísimo. Así que te vas a dormir. Ya en la cama, piensas en todo lo que deberías haber hecho. Y en que tu casa parece una cuadra. Y en la cara que pondrá tu madre mañana, cuando venga a buscar a la fiera. Pero te consuelas pensando en que ya limpiarás el fin de semana. Al fin y al cabo, tampoco puedes estar en todo. Aunque seas la polla. Que lo eres. Y se te va la mente imaginando lo bonito que sería si esto…O si lo otro… Un codazo. Ya lo tienes aquí. Le tapas. Le adoras.¿Ya? Joder, pero si te acabas de acostar… Y vuelves a cagarte en el puto móvil…







A veces...




           A veces, me molesta que todo el mundo tenga siempre algo que decir. Todo el mundo sabe educar a tu hijo mejor que tú, todo el mundo sabe cocinar mejor que tú, todo el mundo sabe hacer tu trabajo mejor que tú, todo el mundo sabe aparcar mejor que tú. Y te aconsejan, con la mejor intención. Sólo quieren ayudarte. Transmitirte sus conocimientos. Conocimientos con los que deben haber nacido... Ya que hablamos de gente que igual ni tiene hijos, ni coche, ni trabajo, ni se han metido en una puta cocina en su puñetera vida!
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