Un día en cinco rounds
¿Ya? ¡Joder! La alarma de tu móvil ya está sonando y a ti te da la
sensación de que te acabas de acostar. Menuda mierda. Te cagas en tu padre, en
tu madre y en el puto móvil. Porque tú eres así de mal hablada, no puedes
evitarlo. Tienes un sueño que te mueres. ¿Es que nunca se acostumbra uno a
madrugar? No. A esta tortura no puede acostumbrarse nadie en su sano juicio. En
fin, no debes darle más vueltas. Tienes prisa, claro. Tú siempre tienes prisa.
Y hambre. Llevas tres días comiendo como un pajarito para perder dos putos quilos.
Ahora te comerías a la madre que parió al puto móvil por los pies. Pero no. No
es plan. Ahí está la fiera. A los piesde tu cama. ¿Cómo lo hará para acabar
ahí? No te sorprende, la verdad. No para. Nunca has visto a nadie capaz de
moverse tanto mientras duerme. Sólo a él. A tu fiera de 3 añitos. Se te pasa
por la cabeza que igual tiene una especie de mecanismo incorporado que funciona
a base de pilas duracel, por lo menos, que le impide estar quieto más de… ¿Diez
segundos? Pero ahora está ahí. Quietecito. Durmiendo “tan a gusto” como dice
él. Te levantas. ¿Qué vas a ponerte? A ver… Bragas, calcetines, suje, tejanos,
camiseta. ¿Negra? Sí, negra. Para no variar. Te vas al baño. Vuelves. No has
cogido una toalla. ¿No hay toallas limpias? Que no te jodan. Aunque no te
extraña. Imposible encontrar algo en ese armario. Te recuerda a la típica
parada de rastro con un montón de ropa a 3 euros. Todo apelotonado. Ropa tuya,
de tu hijo, limpia, sucia, juguetes, zapatos…De hecho, ese es el aspecto de tu casa
en general. De tu vida en general, más bien. Patas arriba. En fin. Encuentras
una toalla y al baño otra vez. Hace frío. La sola idea de quitarte el pijama te
hace coger escalofríos. Vale. Pones el calefactor. Y mientras se calienta el baño,
un café. Un café con leche para desayunar te puedes tomar. El desayuno no está
reñido con la dieta. No, no. Es más, en la tele dicen que la gente delgada es
la que desayuna bien. Pensándolo bien, hasta podrías mojar un par de galletas…
Bufff, ¿estás tonta? Un café y se acabó. Ya está aquí tu madre. Vas a despertar
al niño. Bueno, a intentarlo. Vida… Cariño… Arriba… ¡No! ¡Tápameeeee! Ahora le
da por pedirte que le tapes con la sábana completamente cada mañana. Se debe
pensar que si está tapado no le ves y podrá dormir eternamente y librarse del
cole. Joder, igual funciona. Estás por meterte tú también bajo la sábana. ¡Qué
coño! Lo haces. Los dos ahí metidos y tu fiera que, curiosamente, no para de
moverse. Vale, ya van tres codazos y un dedo en el ojo. ¡Cariño! Vamos a salir
de aquí que la mama se ahoga. Pero no sale, claro. Tu madre también lo intenta:
venga, cariño, que es tarde. Y tú: al final la mama se va a enfadar. De hecho
ya lo estás. Y tu fiera lo nota en tu tono y dice: vaaaaaaale. Y te vas a la
ducha. Cinco minutos. Tú ya estás vestida; eres la polla. Tu fiera, corriendo
en pelotas por el pasillo. Y tu madre detrás. Qué paciencia tiene, la tía. Ahí empiezan
las amenazas: la mama ya está; si no te vistes, nos vamos y te quedas en casa
solito. Y claro, al final le vistes. O le viste tu madre. Hacéis lo que podéis.
Y salís de casa los tres. Tu fiera con un sombrero vaquero que tenía que
llevarse a toda costa y tres pistolas. Tu madre con la chaqueta del niño, que
no ha consentido en ponerse y una pedazo de bolsa llena de ropa sucia. Cómo la
adoras. Y tú con el bolso, la carpeta de la autoescuela y una bata limpia en
una mano, mientras con la otra intentas encenderte el cigarro que no has podido
fumarte después del café. Abajo, un beso. Te quiero, mi vida. Yo también,
¿Cuánto? Todo. Ains. Tu madre y tu fiera en un coche, dirección al cole. Tú, en
tu coche, dirección al curro. Primer round.
Entras por la puerta a y 57. Hay por lo menos cincuenta personas ahí
dentro. Esperando. Con su número en la mano. Porque para verte a ti hay que
coger número. Y eso les encanta, por lo visto. Entras en tu despacho y te pones
la bata. Dejas el bolso en el hueco debajo de la mesa, la carpeta sobre ésta y
sales pitando a preguntar quién es el primero. Eso les encanta también.
Empiezan a gritar su número, agitándolo al viento, para que veas que no te
mienten. El primero, el 37. Bien, le das al botoncito y esperas…1..2..3..31..32..33..34..35..36..¡Yaaa!
Te avisan. Qué amables. Venga pase. Te sientas. ¡Mierda! No has encendido el
ordenador. Con lo que tarda. Este señor quiere hora con la doctora. Para hoy,
claro. Es muy urgente: lleva meses con ese dolor. Sí, lo entiendes. ¿Me espera
un poquito? Es que se está encendiendo el ordenador. Cómo no. Y se queda ahí, mirándote.
Con el número en la mano, levantada en alto. Se ha quedado así, paralizado.
Iniciando, por favor espere. No, si tú esperas. Hoy tampoco vas a darle una
patada al ordenador. Y al señor que tienes delante tampoco. Pobre hombre. Lleva
meses con ese dolor… Ya. Vale. Le doy para hoy…A las doce. ¿Su nombre? ¿Cómo?
Su nombre, por favor. ¿Mi nombre? Sí. Pues eso, a las doce. ¿Tan tarde? ¡Es urgente!
No tengo nada antes… Y pones la cara de “perdóneme-por-existir”.Y te perdona la
vida. Tú es que eres muy maja. Meeekk. ¿Ya das hora para junio, nena? Buenos
días. No, todavía no. ¿No? No. Otra vez tu carita. Pero, entonces, ¿cuándo? Faltan
cuatro meses. No sabes. Mejor que venga cuando falte un mes… Bueno, ¿y para
mayo? Sí, para mayo sí. ¿Un análisis? ¿Le va bien el 5 de mayo? ¿El 5 de mayo?
Sí, el 5 de mayo. Pues no lo sé, nena, es que falta mucho. Ya. Meeekk. Buenos
días. Vengo a por las recetas de mi vecino. ¿Cómo se llama? ¿Quién, mi vecino o
yo? ¿Las recetas para quién son? ¡Para mi vecino! Pues dígame el nombre de su
vecino, si-es-tan-amable. Estás intentando mantener la calma, lo juras. Andrés.
Aha, ¿qué más? ¿Qué? ¡Que qué más! No lo sé. Mmmm… Pues necesito los apellidos.
Te mira con cara de “pues-no-los-tengo-y-no-me-voy-de-aquí-sin-las-recetas-de-andrés”.Hay
que ver lo expresivos que son en este pueblo. Respiras hondo y, mientras
intentas recordar a un tal Andrés, abres el Messenger. No hay nadie, vaya
mierda. ¡Andrés Pérez López! ¿Puede ser? Puede ser. Bueno. Meeekk. Buenos días.
Buenos Días, guapetona. Mira qué te he traído. ¡Ah! ¡Bombones! Muchas gracias,
no hacía falta, es usted muy amable. Nada, nada. Ahora voy a entrar a la
doctora. ¿Ahora? Sí, ahora. Me apuntas, guapa. Em… Y te planteas si salir
detrás de él a tirarle los bombones por la cabeza. Pero no lo haces, claro. Por
no hacer, ni siquiera te los vas a comer. ¡Puta dieta! Le apuntas y se acabó.
Meeekk. Nadie. Meeekk. ¿Nadie? Te asomas, ¿alguien para mí? Silencio absoluto.
¿Nadie? Miras a un lado de la sala. A otro. No hay nadie para ti. ¡Bien! Abres el
Facebook. Te encanta el Facebook. Una cabecita asoma en tu puerta… ¿No le das
al timbre, nena? Así hasta las dos. Con ligeras variaciones. Pero que muy
ligeras. Segundo round.
Te subes al coche. Ya cansada de la sonrisa falsa que lleva en tu cara toda
la mañana. Ahora, tu cara de si-vuelvo-a-ver-a-un-viejo-pidiendo-hora-le-mato.
Espejos. Retrovisores. Gafas. Para conducir hay que ponérselas, no es tu
intención matar a nadie. Cigarrito. Radio. Los cuareeeenta principaaaaales. Mola.
Te gusta conducir. Y más si se trata de ir a casa a comer. Joder qué hambre.
Aparcas en la puerta de casa. Zona azul. ¡Cabrones! ¿Hay correo? Sí, claro, facturas.
Pues vale. Tres pisos sin ascensor. Pero ya no te afectan y menos ahora que has
perdido un kilito. Estás ligera. A la vez que tú sube el viejo del segundo.
Subes dando pequeños saltitos. No sabes a quién pretendes demostrar lo ágil que
estás; si al viejo o a ti misma. Da igual. El caso es que ya estás arriba.
Abres. Dejas en la entrada las facturas. En esa montaña de papeles que hace
años que no miras pero que te da miedo tirar. Nunca se sabe. El bolso en la
mesa del comedor. Al lado de un móvil de juguete, una botella de plástico vacía,
y 500 instrumentos de médico de plástico. Y la carpeta. Pero, ¿por qué vas
paseando la carpeta? Ni idea. Tienes media hora para comer, si luego pretendes
hacer algo con este desorden. ¿Ensalada y sandwich de queso? Sí. Perfecto. O,
como diría tu fiera, “delichiooso”. Qué hambre tenías. ¿Y ahora? Dos opciones:
recoges y limpias o te echas la siesta. En fin, ni una ni la otra: pierdes el
poco rato que tenías delante del ordenador. Es la hora. Coges el bolso, un colacao,
un bollito y sales pitando, en la autoescuela abren a las 4 y podrás hacer
tests durante 45 minutos antes de ir a recoger al niño. Todo controlado. Subes
al coche. Espejos. Retrovisores. Gafas, ya sabes. Radio. Los cuareeeenta principaaaaales.
Mola. ¡Mierda! La carpeta de la autoescuela. En fin, pasas de subir tres pisos
otra vez. Ya en la autoescuela, rodeada de críos. ¿A qué han venido? A hacer tests,
no. Desde luego. Se te pasa por la cabeza pedirles que se callen. Pero claro,
ni se te ocurre. Pasas de quedar como la típica señora (que es como ellos te
ven, aunque te pese) amargada. Recuerdas cuando tú te sacabas el carné de conducir
y había una de esas en la autoescuela. Así que te callas. Tú eres guay. Te
estás sacando el BTP. Y además no fallas ni una. De nuevo te reafirmas en que
eres la polla. Sí señor. Las cinco menos cuarto. Te piras. Tu fiera está a
punto de salir del cole. Tercer round.
En la puerta del cole, observas al resto de madres. Menuda fauna. Hay de
todo. Y qué mayores sois todas. Claro, sois madres. Señoras. Vais a buscar a
vuestros hijos al colegio. Dios. Ya sale. ¿De dónde viene este niño? ¿De la
guerra? Fijo. Lleno de polvo. Y de mocos. Por lo visto en el cole juegan a
revolcarse por el suelo un ratito cada día. Estás segura de que se trata de una
nueva técnica pedagógica modernísima. Técnica que deben impartir en el último
curso de la carrera de Pedagogía, que es el que tú no hiciste. Técnica que debe
ir unida a la estrategia de no limpiarles los mocos bajo ninguna circunstancia.
Así que le abrazas y le pides…No, le ruegas, un beso. Y le sonríes. Pero esta
vez es una sonrisa de verdad. ¿Qué has traído? Un colacao. ¿Y qué más? Un
bollito. Ahora sonríe él. También de verdad. Él siempre sonríe de verdad. Te
cuesta unos diez minutos llegar al coche. Tu fiera quiere tomarse el colacao
plantado delante del cole. Sabe mejor si todos tus amigos te ven. Tú lo sabes y
se lo toleras. ¿Por qué no? Vamos a cruzar. Ahí va el forcejeo diario con tu
fiera. Que me des la mano. Que no. Que mira el guardia qué te dice. ¿Qué me
dice? Que me des la mano. Que ya soy mayor. Que sí, que claro, pero la mano que
la mama se va a enfadar. Te la da. Cruzáis. ¿A dónde vamos? A comprar. ¿Pongo
música? Sí. Guay. Pero ¡No cantes! Joder, qué manía. ¿Y si cantas bajito? Que
no cantes, mama. Vaaaale. Una vez en el súper, tu fiera coge el cesto. Le encanta.
Y le pierdes de vista, claro. En, aproximadamente, tres minutos, medio Eroski
se sabe nombre de tu fiera. Sufres pensando que en cualquier momento vas a oír
un estruendo en la otra punta del súper. O temiendo que de repente aparezca tu
fiera cogido de la oreja por cualquier empleado de mantenimiento. Pero no pasa
nada. No sabes si es porque en el fondo el tío tiene sus límites o si se trata
de pura suerte. Le localizas. Pagas. Vámonos. ¿Y ahora? Al parque. Que corra. Y
tú te sientas y le miras. Hay que mirar. Igual lleva diez minutos sin acordarse
de ti. Pero, ay de ti como gires la cabeza o cojas el teléfono. ¡Mama! ¡Mira!
¡Ya miro, cariño, muy bien! Qué bien se lo pasa tu fiera. Y habla con todos. Tú
no. Tú le miras a él y sonríes. No te apetece escuchar a otras madres hablando
de sus respectivas fieras. Te concentras en la tuya y en planear una táctica
para decirle que ya es tarde sin tener que enfadarte otra vez. No funciona,
claro. Jamás está preparado para abandonar el parque. Piensas que si hubiera
una sábana ahí te pediría que le taparas. Pero no hay sábana. A casa ¡Ya!
Porque tú tienes paciencia, pero también tienes un límite. Y sólo te falta la
típica pareja de cuarentones con cuatro hijos rubísimos, la mar de bien
educados, mirándote con cara de deberías-ver-más-supernani. Tu fiera está
cabreadísimo. En esos momentos te odia. Y es un odio profundo, sincero, igual
que cuando te quiere. Tu fiera no tiene término medio. Pero te lo llevas y te
consuelas pensando que“es por su bien”. Coges las bolsas de la compra del coche
y tu bolso y su mochila y la chaqueta que se ha quitado en el parque y tampoco
ha querido ponerse esta vez. Y en el primer escalón, te mira. Estoy cansado,
mama. Y alarga sus brazos hacia ti, con esa expresión suplicante que todas las
fieras saben poner. Y tú, que una vez leíste que era un crimen obligarles a
andar cuando ya no podían más, te cagas en ese pediatra que lo escribió. Y
subes tres pisos con tu bolso, la mochila, la chaqueta y cuatro bolsas de
plástico en una mano y en la otra, tu fiera, que aprovecha el paseo para
peinarte con toda la delicadeza de la que es capaz una fiera de tres años. Y
mira por donde te inspira ternura. ¿Quién te quiere a ti? La mama. ¿Cuánto?
Todo. ¿Todo es más que mucho? Te lo comerías. De nuevo en casa. Cuarto round.
Tu
fiera no quiere bañarse. Sencillamente no le da la gana. No le parece necesario
en absoluto. De hecho, a ti tampoco te apetece una mierda discutir por eso.
Pero hay una voz en tu cabeza que te dice que no puedes transigir ahí. Se ve
que lo de ser madre viene con un chip que te obliga a dar importancia a cosas
tales como higiene, alimentación, obediencia…A veces, te sorprendes a ti misma
cabreándote porque tu fiera no te obedece. ¡Pues claro que no te obedece! Que
alguien pruebe a darte órdenes a ti… Así que procuras que lo tuyo no sean
órdenes, sino sugerencias. Y tardas más, claro. Pero le metes en la bañera, qué
coño, porque tú, como bien sabes, eres la polla. Y le pones el pijama también a
base de sugerencias. Primero este pie, mama. No, primero este. No, este. Este.
Este. ¡Vale! La mama se está enfadando otra vez… Ya en pijama, te espera viendo
la tele. Haces la cena asomándote de vez en cuando al comedor. Ahí está. En el sofá,
la mar de tranquilo, con carita de no haber roto nunca un plato. Está agotado.
Mira vida, croquetas. No te limpies con el pijama, por favor. ¿Quieres usar la
servilleta? ¿No quieres más? Pero si has comido muy poco. Un poco más y te doy
el postre. Venga, ¿Un yoghur? Vale. Un rato la tele y a dormir. ¡Un rato no,
así! Y extiende sus dos manitas abiertas. Porque esa es su manera de decir
mucho. Supones que piensa: un dedo es uno, dos dedos son dos… Si pongo todos los
dedos que tengo será lo máximo… Y eso hace: enseñarte todos los dedos queriendo
significar lo máximo. Y tu: cuando se acabe esto, señalando la tele. Vaaale. Y
llamas a su padre. Hay que llamarle cada puto día. Manos libres. Habla con el papa,
dile que has hecho hoy. Tu fiera: nada. Y mientras su padre intenta arrancarle
un par de palabras más, te vas a la cocina, abres la ventana y te fumas un
cigarro. ¿Ya está, vida? Dile buenas noches al papa. Dale un besito, rey. A dormir.
¡Nooo! Berrinche al canto. Pero esto es fácil. Sabes que quiere que te quedes a
su lado. Así que, primero un pipi, luego le das agua, y luego a la cama. ¿Se va
la mama? No. Pues, a dormir. Cuéntame un cuento. Vale. Los tres cerditos. Y colorín
colorado… ¡Ese no quería! ¡Quería otro! A dormir. Mamaaa…A dormir. Mamaaa… ¡A
dormir! Vale. Codazo. Patada. Dedo en el ojo. Un besito. Te quiero vida, que descanses.
Yo también te quiero, mama. Será zalamero… A dormir. Y se queda quieto. Y rezas
para que se haya dormido. Y sales de su cuarto lo más sigilosamente que puedes.
¡Sí! Se durmió. A media noche se vendrá a tu cama, como siempre. Pero ahora
tienes dos opciones: recoger y limpiar (este medio día no has hecho nada) o
acostarte temprano. Estás agotada. Y mañana trabajas todo el día. Pero ni la
una ni la otra, para variar. Te sientas delante del ordenador. Y se te hace tardísimo.
Así que te vas a dormir. Ya en la cama, piensas en todo lo que deberías haber
hecho. Y en que tu casa parece una cuadra. Y en la cara que pondrá tu madre
mañana, cuando venga a buscar a la fiera. Pero te consuelas pensando en que ya
limpiarás el fin de semana. Al fin y al cabo, tampoco puedes estar en todo.
Aunque seas la polla. Que lo eres. Y se te va la mente imaginando lo bonito que
sería si esto…O si lo otro… Un codazo. Ya lo tienes aquí. Le tapas. Le adoras.¿Ya?
Joder, pero si te acabas de acostar… Y vuelves a cagarte en el puto móvil…
Joder! ¿Te quieres creer que he entrado y me he dado cuenta de que nunca me había hecho seguidora? No tiene importancia, pero es que soy un despiste.
ResponderEliminarHe empezado a leer, creo que fue de lo primero que leí en tu blog, no hace cuatro años desde luego.
Lo dejo y vuelvo luego, mira que hora es, tengo que ir a comprar y el puto ordenador me tiene abducida. Más tarde regreso.
Besos
Hace 4 años que lo escribí, no tanto que lo publiqué...
EliminarBesos
Conozco la teoría jajaja técnicamente inflarme a pistachos y cerveza no ayuda, no?? XD
ResponderEliminarTrabajaba en la pública, pero en un pueblo muy pequeño, es distinto.
Sí, mi vida ha cambiado a mejor :) aunque en esa época tampoco estaba mal, eh?
Una capacidad de solucionar problemas que ya quisiéramos muchas, como te cunde el tiempo, y encima escribir (lo cual ahora se agradece). Creo que mereces un monumento en la plaza mayor. Un abrazo y celebro que ya estés mas relajada
ResponderEliminarNo merezco un monumento, al menos no más que cualquier madre!
EliminarAhora no estoy más relajada jajaja ojalá! La diferencia es que ahora, cuando se acaba el día tengo con quien comentarlo y compartirlo, y eso es un gran cambio :)
Ah!! Un besito, Ester!!
EliminarAy Telma! Que cúmulo de momentos y sensaciones olvidadas me has hecho recordar, por la edad del niño, por lo de estar sola, por lo de trabajar como una perra, el despertador, en mi caso a las 4:30 de la madrugada, el parque, los mocos y la madre que parió a las profesoras incapaces de limpiarlos, la compra con la niña a cuestas...tantas cosas me has removido, algunas muy tiernas, otras me entran escalofríos sólo de recordarlas...en fin...la vida...
ResponderEliminarBesitos, no lo había leído no, leí algo parecido, otra crónica de un día o algo.
jajaja tengo varias crónicas de un día...
EliminarYo echo de menos cuando todos los problemas eran esos... Cada vez es más difícil eso de ser madre, qué te voy a contar! La gran diferencia es que ahora ya no estamos solas, y eso mola, eh? porque nosotras podemos con todo! somos la polla! pero, joder, poder compartir las penas y las alegrías siempre mola más :)
Un besito
¡Qué jaleo! Qué hermoso debes ser amar así a una personita ilumina tu vida.
ResponderEliminarLo es :)
Eliminar:D me ha sobrado una "s" y me ha faltado un "que", pero se entiende :D
Eliminar¡Saludos!
Sólo venía para decirte que creo que has confundido una respuesta para ti en mi blog con otra para una tal Prueba que me estaba molestando. Un saludo.
ResponderEliminarok un saludo!
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