30 de marzo de 2009

Doctor?

A ver, doctor… ¿Tengo que llamarle doctor? Porque se me antoja raro llamarle así, es como marcar distancias, no sé… ¿Usted qué opina? Quizás debería llamarle por su nombre de pila, ¿cómo era? ¿Ricardo? Mmm vamos a dejarlo como estaba, doctor, no puedo llamarle Ricardo. Menudo nombre. No, no es nada. No hombre, su nombre no me produce ninguna sensación especial. No, tampoco conozco a nadie que se llame así. Es sólo que me parece un nombre horrible, qué quiere que le diga. Yo es que soy así, ¿sabe? No me ando con rodeos, doctor, cuando algo no me gusta, no me gusta. Mucha gente no lo entiende, ¿sabe? Yo creo que es fruto de la propia inseguridad de algunos. Con lo bonita que es la sinceridad. Pero la sinceridad, doctor, la de verdad, la que va con buena fe. Porque yo voy de buenas, ¿sabe? No como mi amiga Pepi, uy mi amiga Pepi, a esta es para matarla. No doctor, entiéndame, estoy hablando en sentido figurado, por dios. Me refiero a… ¿Qué? ¿Si he tenido instintos asesinos? Mire doctor, no me haga esas preguntas porque cojo el portante y me largo. Para ayudarme, ya. Si ya me lo imagino, pero ¿instintos asesinos? No se pase, por favor. Usted no conoce a Pepi. Es envidiosa a más no poder. Pues no que el otro día, salía yo de la peluquería cuando me la encontré. Sesenta euros, me cobraron. Ahora, iba monísima. No se puede imaginar. Bueno, pues eso, no que me la encuentro y me dice: Hola, nena, ¡mira qué mona que vas! ¡La muy…! Es el tonillo, doctor. Es que usted no la conoce. Lo dijo con una cara… Como insinuando que me habían dejado fatal. Sabe a lo que me refiero, ¿no? Hay gente que es capaz de hacer eso, de decir una cosa con las palabras, pero otra completamente distinta con el tonillo y con la mirada. Sí, usted ya sabe lo que quiero decir. Y yo, que no se hacer eso, ¿sabe? Bueno, ni sé, ni quiero aprender, porque yo siempre voy con la verdad por delante, ya se lo he dicho. En fin, que yo voy y le digo, sin cortarme un pelo: mira Pepi, si estás insinuando que no me han dejado bien en la peluquería, que sepas que se te nota que lo tuyo es pura envidia. Y ¡¿qué hace ella?! ¡Se ríe! Para matarla, ¡no me diga usted que no! Otra vez… Que no doctor, que yo no tengo instintos asesinos, que estamos hablando en sentido figurado… ¡No me haga usted enfadar! ¿Sigo? Sigo. Pues eso, que va la tía y se ríe. En mi cara. Y se queda tan ancha. Yo es que no daba crédito. Y es que, mientras más me enfadaba yo, más se reía ella. Hay gente muy cruel, doctor. Y poca gente buena. Pero buena con mayúsculas, como soy yo, contados con los dedos de una mano. Mire, la estaba metiendo en el maletero de mi coche y aún estaba cabreada… ¿Como? ¿A quién? A Pepi, ¡a quién va a ser! Oiga doctor, usted ¿me escucha o no me escucha? ¡Que esto me sale muy caro! ¿Sigo? Eso, que aun estaba cabreada cuando la metía en el maletero del coche. Pero ahí ya no se reía. No, no. Estaba blanca. Tenía una expresión parecida a la de usted, doctor. Daba cierto repelús, no le digo que no. Ahí, tan tiesa. Es que mi amiga Pepi es estirada hasta en los momentos importantes. Ahora está ahí, en el salón. No se lo que voy a hacer con ella. Porque mire que me caía mal, doctor… No me interrumpa doctor… Pero ahora que ya ni habla, ni se mueve, aún me cae peor… ¡Que no me interrumpa! ¿Qué quiere? Que le rompa una silla en la cabeza otra vez, ¿doctor? Haga usted el favor de contestar, doctor, no me haga como Pepi. Pero si es que ya está tan azulado como ella. Y qué frío, doctor. Por qué no se tumba en el sofá, al lado de Pepi, y le traigo una manta? Si quiere les pongo la tele… Que lo hago por usted, ¿eh? No por Pepi. Usted tampoco se quiere mover, ¿no? Pues ¡yo a usted no le muevo! Bastante me costó llevar a Pepi al sofá… Cómo pesaba la tía. ¿Se quiere quedar aquí en el suelo? Muy bien, doctor, buenas noches. Mañana le cuento el resto.



29 de marzo de 2009

Artículo de opinión 2ª parte

Nota de rectificación con respecto al artículo de opinión publicado la semana pasada por la que suscribe, es decir, por mí misma.

Parece ser que es un artículo que ha levantado ampollas. Y no solamente eso, sino que por lo visto se ha puesto en entredicho mi profesionalidad y mi ética como escritora y, es más, repito, es más, como persona. Así que me veo en la obligación de defender mi honor ante tan injusta consideración hacia mi persona.

Punto número uno. ¿Acaso no leyeron la frase en la que ponía: CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA?

Punto número dos. ¿Acaso es culpa de la que suscribe, es decir, yo misma, que el mundo sea una pañuelo lleno de coincidencias y/o casualidades?

Punto número tres. Prometo solemnemente, y estoy dispuesta a jurarlo ante notario si así lo requieren las autoridades competentes, que el hecho de que los nombres mencionados en el artículo de opinión anterior correspondan exactamente con el nombre de mi ya exmarido y de su amante, ha sido fruto de la más absoluta casualidad, sin tener que ver en ello ninguna implicación emocional por mi parte.

Dicho esto, paso a despedirme, no sin antes expresar mi total decepción ante la actitud de la dirección de este periódico obligándome a rectificar sin estar justificado en absoluto. Periódico para el que, dicho sea de paso, la que suscribe, es decir, yo misma, no volverá a escribir jamás.



Artículo de opinión

No voy a pasar por alto el hecho de que este relato va a ser publicado. Con eso quiero decir que voy a obviar ciertos detalles. Por ejemplo, no voy a mencionar tu nombre, Pablo. Ni mucho menos tus apellidos, no creo que haya muchos Pablos Saavedra Rocamora en este pueblo. Que por cierto, tampoco voy a mencionar que es Calafell. Una vez asegurada la confidencialidad del asunto, para que tú estés tranquilo, voy a empezar con la historia. Por supuesto, no voy a contarlo todo. A nadie le importa cosas tales como que tú uses tanga, o que te depiles las cejas… Tranquilo, que en eso no voy a entrar. Te he dicho mil veces que yo escribo como desahogo personal y que, jamás, pero jamás, ha sido mi intención perjudicar a nadie con mis escritos. Sé que sería una manera de vengarme. No creas que no lo he pensado. Pero yo tengo más clase que eso. Voy a ser lo suficientemente sutil como para conseguir que quede claro que eres un cabrón que se tiraba a otra a mis espaldas pero sin ponerlo expresamente. Es toda una técnica esto de escribir. Te vas a quedar boquiabierto cuando leas esto. Pensarás que soy una artista que ha conseguido dejarte a parir sin tan siquiera mencionarte. No sabrás si odiarme o admirarme. Suelo despertar esa especie de sentimiento. Ya ves. Fíjate que iba a empezar describiendo el momento en que entro a casa y te encuentro allí con Laura (a la que tampoco voy a mencionar, tranquilo) y yo digo: ¿Laura? ¿Laura Pascual? ¿Eres tú la que está ahí con mi marido? Pero no lo haré. Decididamente no voy a empezar por ahí. Porque, ¿sabes Pablo? Eso suena a culebrón barato, que, por otra parte, eso es lo que ha sido nuestro matrimonio: un culebrón barato. Pero ya te he dicho que yo tengo más clase que eso. Y voy a escribirlo todo como si de una novela rosa se tratara. Igual hasta miento y digo que eres guapo. ¿Eso te gustaría? Claro que te gustaría. Tampoco me conviene a mí decir que he estado con un hombre tan feo. Es como el tema de tu celulitis. ¿Un hombre con celulitis? No, nadie tiene por qué saber eso, no soy tan cruel, ya me conoces. Así que lo dicho, estate tranquilo. Y cuando leas esto en el periódico del pueblo no te asustes y recuerda: nadie sabe que estoy hablando de ti.

(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).





28 de marzo de 2009

Un cuento para Mario

Érase una vez una muñeca de trapo que odiaba ser, por absurdo que parezca, de trapo. Se llamaba Ninota, entre otras cosas, porque nadie se entretuvo en ponerle nombre. A nadie le importaba Ninota; era de trapo.

Ninota siempre estaba triste; la cosieron con desgana, rápido y mal, y la boca le quedó torcida. Una mueca de tristeza, de dolor era lo que reflejaba su cara, irremediablemente.

Ninota no tenía dueño. A Ninota la olvidaron en el fondo de un baúl. Nadie había ya ni para despreciarla. Cuánto menos para invitarla a jugar.

Ninota se sentía sola. Se sentía vacía. Se sentía de trapo. Eso era, una muñeca de trapo.

Pero un día Ninota despertó después de haber dormido demasiado tiempo. Un día, Ninota reconoció en su gesto un atisbo de sonrisa, de medio lado.

Ese día, Ninota lloró. Lloró tanto que inundó ciudades, países, continentes, mares. Y sus propias lágrimas la ayudaron a escapar nadando. Tan lejos, que aún no ha llegado.

Tal día fue el principio de la historia de Ninota. Tal dia fue el final de este cuento para Mario.





Esperando

Se sentó en el bordillo a esperarle. Ella era capaz de esperar durante horas. El secreto para no desesperarse era imaginar lo que le diría al verle. Quizás le reprimiría con una media sonrisa a la vez que le abrazaba suavemente. O, quizás, si esta vez tardaba demasiado, se pondría seria y le recordaría que esa era la última vez que le esperaba. Entonces él intentaría ponerse serio también y le diría que lo sentía, que le perdonara, que no había podido evitarlo… Y ella acabaría sonriendo y besándolo, para acabar con la frase: que sea la última vez, cariño. Qué ganas tenía de verle. Toda una semana esperando ese momento, hablando durante horas por teléfono planeando el próximo encuentro. Era curioso lo lentos que pasaban los días sin él y lo rápido que se iban las horas cuando estaban juntos. No veía el momento de abrazarle de nuevo y de sentirse tan protegida entre sus brazos. Sentada allí, en ese bordillo, el reloj parecía haberse detenido. Miraba impaciente a ambos lados de la calle intentando distinguirle entre la gente que pasaba por allí. Reconocería esa forma de andar en cualquier lado, a cualquier distancia. Pero aún no venía. Observaba a toda esa gente e imaginaba a dónde deberían ir. Si habrían quedado con alguien. Si alguien les esperaba, como ella le esperaba a él. Quizás en otra calle, en otro bordillo, otra persona esperando le vio. Quizás esa misma persona también se preguntó si alguien le esperaba, sin saber que así era. Sin saber que él no iría. Quizás…






Y aunque tú no me leas...


Recuerdo mientras te esperaba. Allí plantada, pensando en que el pelo me había quedado fatal y en que la camiseta era demasiado corta. No sabía por dónde ibas a aparecer y estaba demasiado nerviosa. Y ahí estabas, con tu camiseta azul y una media sonrisa tímida, viniendo hacia mí. Me pareciste bajito y me llamó la atención tu forma de andar. Y tus ojos, tan expresivos.

Fuimos a tomar algo antes de cenar y te vi serio, o triste, no sabía distinguir a qué se debía esa expresión. En cualquier caso, te noté incómodo. Durante la cena, estuvimos hablando de todo y de nada. Yo te observaba. Tus manos, tus labios. Y ese ritual tan tuyo de separar la carne de todo lo demás.

Ya en tu casa, no olvidaré nunca esa mirada. Ladeando la cabeza con esa expresión… No sé quién se lanzó primero. Tus besos me envolvieron, me perdí en esos labios y erizaste mi piel con tus caricias. Me encantó sentirte sobre mí, dentro de mí. Abrazados, acalorados, nos sobraba deseo, nos faltaba noche. Me dejé llevar y fui tuya esa noche, en el sentido más estricto de la palabra. Tuya. He sido tuya cada vez, aunque nunca lo has creído.

Esa debió ser nuestra primera y última noche. Debió acabar ahí una historia que al final ha sido demasiado larga. Una historia que recuerdo de principio a fin. Cada detalle, cada palabra, cada mirada. He pasado del amor al odio, sin término medio, hasta agotarme. Y sigo queriendo leerte el pensamiento. Aún sabiendo que ya no seré tuya, nunca más.

Y aunque tú no me leas, siento el irrefrenable impulso de escribirte.




El regreso

Ya estás despierto? Parece que si mmm qué pereza, siempre te despiertas tan cansado? Sí, sabes qué sí. Sobretodo ante la perspectiva de ir al periódico. Sólo de pensarlo te entran todos los males. No abras los ojos. Sólo un ratito más. Que ella no note que estás despierto. Si no empezará con el "hazme un cafeeee amoooor". Qué cansado estás, realmente más que nunca. Igual estás incubando algo, la gripe? Puede ser. Cuándo fue la última vez que estuviste enfermo? Ni idea. Tú nunca estás enfermo. A los 40 años estás hecho un chaval. Joder, tienes que levantarte. Qué día es hoy? estás atontado... Qué hiciste ayer? No sabes, qué raro. Ah sí! llevaste a la niña al instituto, qué niña ésta, últimamente está más tonta... La edad del pavo está acabando con tu paciencia. Y después? Qué coño hiciste después? Ir al trabajo, se supone... No recuerdas. Uf! parece que estás enfermo de verdad, te sientes fatal, agotado, casi parece que no vas a poder moverte. No lo intentas. Por si acaso. Por qué no recuerdas nada más? Fuiste al trabajo, no? Ahora recuerdas...Sí...Ibas en coche, escuchando música, como siempre. Y... Ese cabrón se saltó el stop! Qué hijo de puta! Menos mal que ya habías dejado a la niña, menos mal. Podrías haber muerto, menuda hostia! Recuerdas el cristal roto. Joder! Has pagado el seguro? Te sientes confuso, vas a levantarte. Qué pasa? No puedes?

_ "¿Abuelo? ¡Abuelo! ¡Mamáaaa, corre, el abuelooo!"
_ "Qué pasa, hij... ¿Papá? ¿Estás bien? ¡Dios mío, papá! ¡No puedo creerlo! 20 años, dios mío, 20 años... Nadie esperaba ésto... Tu regreso, papá. Dime algo, por favor papá... Por favor...

¿De qué están hablando? No entiendes nada. ¿Abuelo? ¿Papá? Esta no es tu hija, tu hija es una cría, por el amor de dios, DE QUÉ COÑO ESTÁN HABLANDO? ¿20 años? ¿20 años de qué? Pero por qué te sientes tan mal. Es una pesadilla. Sí, seguro. Cierra los ojos. No lo pienses más. Esto no es real. 20 años. Están locos. No les escuches...NO LES ESCUCHES. Descansa, tío, descansa. Estás sudando. No puedes moverte. Ya no les oyes. ¿Siguen ahí? No sabes. Qué frío hace aquí... ¿Por qué hace tanto frío aquí?






La fiesta

Esa tarde, había decidido que al final iría. No veía por qué no. Mañana era sábado, no había que madrugar, y además le hacía falta desconectar. Estuvo durante dos horas delante del armario. No tenía ni idea de cómo iría la gente. Normalmente una fiesta era una buena excusa para vestirse de largo, o disfrazarse, como le gustaba llamarlo a ella. Pero esa fiesta no iba a ser normal. La casa de su amigo era bastante cutre, y no digamos el resto de invitados. La cosa estaba difícil.

Al final se decidió por el vestido negro. Era demasiado sexy, quizás, pero ¿qué más daba? A lo mejor tenía suerte y no volvía a casa sola. Cuando se hubo vestido y maquillado, se calzó unos taconazos, cogió el bolso negro (el de las fiestas) y se dispuso a salir. Esa noche triunfaría.

Nada más salir, oyó como sonaba el teléfono. ¡Mierda! Quiso volver a abrir la puerta y … ¿Dónde estaban las llaves? No se lo podía creer. ¿Y las del coche? Esas sí estaban. Contó hasta diez. Ya lo pensaría más tarde. ¡Ahora se iba a una gran fiesta! Bajó las escaleras, ya que el ascensor, el puto ascensor, estaba estropeado, otra vez.

De repente, ¡crac! ¿Se le había roto un tacón? ¡No jodas! ¿Y ahora qué? Uf, volvió a contar hasta diez. ¿Qué posibilidades tenía? ¿Volver a casa? ¿Cómo? ¿Tirando la puerta abajo? Piensa, piensa… ¿Pedirle unos zapatos a la vecina? ¡Eso era! Llamó a la puerta de Pepi, su vecina "pilingui". ¿Rojos? Bueno, venga, ¿qué más da? Se trata de ir rompedora, ¿no? Calzada de nuevo, y retocado el maquillaje (cuando se ponía nerviosa, sudaba demasiado), se subió a su coche. Todo iba a salir bien.

En su coche se sentía a gusto, le encantaba conducir. Pero esa noche le estaba resultando bastante más difícil de lo normal. Pepi calzaba un número menos que ella y tres centímetros más de tacón. Lo que no sabía era cómo coño podía conducir con semejante panorama. Y, evidentemente, se la pegó. Como diría su abuela, las desgracias nunca viene solas. Contra un semáforo. ¡Contra un jodido semáforo! Nadie salió herido, sólo le faltaba eso. Pero el coche para el arrastre. Vaya tela, no se lo podía creer. Llamó a la compañía de seguros. ¿Llegarían en una hora? Perfecto, pero ella tenía que irse. No, no podía esperar. ¡Joder! Vale, esperaría, pero una hora, ¡ni un minuto más!

Sentada en un bordillo, con los zapatos en la mano, ya había tenido que aclarar tres veces que no, que no pedía nada, que la dejaran en paz, ¡que ella no era una puta, coño! No podía avisar a su amigo, se había quedado sin batería, no faltaba más. Estaba por irse a casa y mandarlo todo a la mierda, pero como no tenía llaves… En fin, esperaría a la grúa y decidiría.

¡Vaya! Osea que el seguro no le cubría un accidente así. Se rió. Se rió tan fuerte, que el de la grúa pensaba que estaba loca. Son 200 euros, señora. No pensaba discutir, estaba al borde de la histeria. ¡Dos horas! Habían tardado los cabrones, y ahora le venían con éstas. Sacó dinero en un cajero (dinero que no tenía) y pagó. ¿Firmo aquí? ¿Y aquí? Y aquí.

Ya estaba en la puerta de su amigo. Eran las 4 de la mañana, nada menos. Pero fijo que aún estaban. En esas fiestas siempre se quedaban hasta el amanecer. Ya había llegado. No podía creerlo. Qué ganas de tomarse un cubata, o dos, o tres.

¡Ding dong! …

¡Ding dong! …

¡Ding dong! ¡Ding dong! ¡Ding dong!

¿Quién cojones es?

Soy yo, tío…

¿Yo?

Sí… Yo

¿Qué haces aquí a estas horas?

La fiesta, ¿no era hoy?

¡Joder! ¿Nadie te llamó?






El instrumento

Sus hábiles manos eran su instrumento para crear. Al igual que su mente, tan compleja, tan llena, tan turbia en ocasiones, tan vehemente.

Creaba con sus manos, con esas manos, un mundo de formas perfectas, armónicas en el que recrearse. Le encantaba transformar la realidad que le envolvía en arte. Era su única vía de escape, su única salida.

Aquel día, el barro parecía no querer tomar la forma deseada. Se retorcía entre sus manos revelándose, desobedeciéndolas. No estaba siendo capaz de plasmar su idea. Aquel día no. Ya se despertó contrariado esa mañana y no debió siquiera haberlo intentado. Se maldijo por impaciente, por torpe y decidió dejarlo para mañana.

Pero ojalá no hubiera desistido. ¿Quién iba a saberlo? Al fin y al cabo, él jamás tuvo un descuido. Cuidaba sus manos con tanto esmero que llegaba a provocar la hilaridad entre sus amistades. Incluso le aconsejaron, medio en serio, medio en broma, que las asegurara. Pero no lo hizo.

El día que se despertó sin ellas fue de lo más extraño. Al principio no quería creerlo. Miraba sin cesar sus dos muñones sin dar crédito. “Siguen ahí”, se decía, “aunque ya no pueda verlas, siguen ahí”. Pero a medida que avanzaba el día, vio que sus muñones no dejaban de ser eso; muñones. Y entonces, de repente, el nudo de su estómago estalló, haciendo que estallara él en mil pedazos. Gritó, maldijo, lloró, pataleó… Hasta acabar tendido en el suelo desconsolado. Quería morir. No era nada sin sus manos, su instrumento. Nada.

Ese día, el primero, terminó. Y otros vinieron para ayudarle a cerciorarse de que ellas no volverían. Acabó por resignarse. Acabó por seguir viviendo sin ellas. Acabó por entender que sin ellas moriría.

Sus manos habían desaparecido hacía tanto, que empezó a olvidar que algún día las tuvo. Quizás había nacido sin ellas. De vez en cuando alguien le preguntaba y él siempre respondía lo mismo: “No eran más que un instrumento prescindible. Nada más…”






La maldición

Hoy era el día. Había estado toda la noche despierta, dando vueltas, levantándose a fumar mil veces. Ella no creía en eso, que va, ni de coña... Pero llevaba diez años con esa fecha en la cabeza. Hoy, 30 de junio de 2007 moriría. Aquella pitonisa no quiso decirle cómo. Y mira que insistió. Si no sabía cómo, de qué manera lo iba a evitar?? “Imposible evitarlo, es el destino” había dicho la tía. Bueno, en diez años se le habría olvidado, pensó. Pero no.

En estos diez años había pasado por tantas cosas. Tuvo momentos en los que pensó que mejor no hacer planes, no tener hijos, no casarse, realmente lo pensó. Hasta que se enamoró de él. Aún recuerda cómo llegó a reírse de ella aquella noche en que le habló de la maldición. Que eran chorradas, decía, que parecía tonta, que dejara de decir tonterías o se iba a enfadar. Jamás volvió a sacarle el tema. No se atrevió, claro. Y ahora, el día de su muerte (joder, qué mal sonaba eso) de repente se arrepentía de no haberlo vuelto a hablar. Quizás se hubieran despedido, o mejor, hubieran pasado este último día juntos.

No sabía qué hacer. El día antes ya se depiló. Qué tontería, pero no quería que la muerte la pillara sin depilar. Cómo ocurriría? Medía cada movimiento. Me tropezaré aquí? Será una caída tonta por las escaleras? En coche no va a ser, se dijo, me quedo en casa. Y comiendo? Podría atragantarme! Joder! No voy a poder ni comer mi último día? Bueno, qué mejor que el último día para hincharse a bombones... Qué iban a hacer? Matarla? Ese humor negro que tanto disgustaba a su marido se estaba apoderando de ella. Podría tirarme por la ventana, pensó, al fin y al cabo diría la última palabra jajaja O podría quedarme quieta, aquí sentada, en el centro de la sala, sin tocar nada. Al menos así se lo pondría difícil a la jodida parca. Que piense, que para eso cobra! Jajaja Cómo lo hará? No se lo pensaba poner fácil, vamos, ella ahí, en medio del salón, quietecita, no pensaba moverse para nada, en todo el día, no señor.

Habían pasado horas, pero ni el hambre, ni curiosamente las ganas de hacer pis habían hecho mella en su decisión de no moverse. Increíble. Realmente se sentía con fuerzas de quedarse ahí quieta hasta que acabara el día. El problema sería cuando llegara él. Qué le diría? Buf, no lo iba a entender. Pero, qué coño? Ella tenía derecho a quedarse ahí quieta, sin dar explicaciones a nadie, faltaría más! Qué podía pasar? Pensó, que la dejara? Siempre sería mejor que la muerte. Ups! La puerta, ya estaba él ahí, vaya, si antes lo pensaba... Cerró los ojos para pensar más rápido (absurdo, pero lo hizo), necesitaba una excusa convincente. .. Había pasado de largo? Y eso? Su marido pasó por su lado sin inmutarse, se quitó los zapatos a su lado, y se decidió a subir a la habitación. Ella no daba crédito, bueno mejor, pensó. Yo a lo mío. De repente, oyó a su marido gritar desesperado en el piso de arriba. Qué había pasado? No sabía si debía subir o no...

Marcos no lo podía creer. Su mujer estaba allí tendida, sobre la cama, fría como un témpano, los labios morados. Jamás supieron cómo murió. Se cabreó cuando alguien le insinuó :parece cosa de brujería, una maldición tal vez?






27 de marzo de 2009

Un día (quinto round y K.O. )

Tu fiera no quiere bañarse. Sencillamente no le da la

gana. No le parece necesario en absoluto. De hecho, a ti

tampoco te apetece una mierda discutir por eso. Pero hay

una voz en tu cabeza que te dice que no puedes transigir ahí.

Se ve que lo de ser madre viene con un chip que te obliga a

dar importancia a cosas tales como higiene, alimentación,

obediencia… A veces, te sorprendes a ti misma cabreándote

porque tu fiera no te obedece. ¡Pues claro que no te obedece!

Que alguien pruebe a darte órdenes a ti… Así que procuras

que lo tuyo no sean órdenes, sino sugerencias. Y tardas más,

claro. Pero le metes en la bañera, qué coño, porque tú, como

bien sabes, eres la polla. Y le pones el pijama también a base

de sugerencias. Primero este pie, mama. No, primero este. No,

este. Este. Este. ¡Vale! La mama se está enfadando otra vez…

Ya en pijama, te espera viendo la tele. Haces la cena

asomándote de vez en cuando al comedor. Ahí está. En el

sofá, la mar de tranquilo, con carita de no haber roto nunca

un plato. Está agotado. Mira vida, croquetas. No te limpies

con el pijama, por favor. ¿Quieres usar la servilleta? ¿No

quieres más? Pero si has comido muy poco. Un poco más y te

doy el postre. Venga, ¿Un yoghur? Vale. Un rato la tele y a

dormir. ¡Un rato no, así! Y extiende sus dos manitas abiertas.

Porque esa es su manera de decir mucho. Supones que

piensa: un dedo es uno, dos dedos son dos… Si pongo todos

los dedos que tengo será lo máximo… Y eso hace: enseñarte

todos los dedos queriendo significar lo máximo. Y tu: cuando

se acabe esto, señalando la tele. Vaaale. Y llamas a su padre.

Hay que llamarle cada puto día. Manos libres. Habla con el

papa, dile que has hecho hoy. Tu fiera: nada. Y mientras su

padre intenta arrancarle un par de palabras más, te vas a la

cocina, abres la ventana y te fumas un cigarro. ¿Ya está,

vida? Dile buenas noches al papa. Dale un besito, rey. A

dormir. ¡Nooo! Berrinche al canto. Pero esto es fácil. Sabes

que quiere que te quedes a su lado. Así que, primero un pipi,

luego le das agua, y luego a la cama. ¿Se va la mama? No.

Pues, a dormir. Cuéntame un cuento. Vale. Los tres cerditos.

Y colorín colorado… ¡Ese no quería! ¡Quería otro! A dormir.

Mamaaa… A dormir. Mamaaa… ¡A dormir! Vale. Codazo.

Patada. Dedo en el ojo. Un besito. Te quiero vida, que

descanses. Yo también te quiero, mama. Será zalamero… A

dormir. Y se queda quieto. Y rezas para que se haya dormido.

Y sales de su cuarto lo más sigilosamente que puedes. ¡Sí! Se

durmió. A media noche se vendrá a tu cama, como siempre.

Pero ahora tienes dos opciones: recoger y limpiar (este medio

día no has hecho nada) o acostarte temprano. Estás agotada.

Y mañana trabajas todo el día. Pero ni la una ni la otra, para

variar. Te sientas delante del ordenador. Y se te hace

tardísimo. Así que te vas a dormir. Ya en la cama, piensas en

todo lo que deberías haber hecho. Y en que tu casa parece

una cuadra. Y en la cara que pondrá tu madre mañana,

cuando venga a buscar a la fiera. Pero te consuelas pensando

en que ya limpiarás el fin de semana. Al fin y al cabo,

tampoco puedes estar en todo. Aunque seas la polla. Que lo

eres. Y se te va la mente imaginando lo bonito que sería si

esto… O si lo otro… Un codazo. Ya lo tienes aquí. Le tapas. Le

adoras.

¿Ya? Joder, pero si te acabas de acostar… Y vuelves a

cagarte en el puto móvil…

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