9 de septiembre de 2014

Hermanos

Entró en la cabaña y cerró la puerta tras de sí. Respiraba atropelladamente, apenas se tenía en pie. Jamás había corrido tanto. Mientras trataba de cerrar los dos cerrojos de la puerta, un golpe la sobresaltó. Joder, creía haberle despistado pero no, ahí estaba. Y ella no podía más. De rodillas frente a la puerta rezaba por que a él le flaquearan las piernas igual que a ella.

Al otro lado de la puerta empezaba a llover y Pablo, empapado, no distinguía ya si lo que corría por su piel era la lluvia o la sangre de sus heridas. Estaba tan oscuro y él tenía tanto miedo. Golpeó la puerta una vez más, sacando fuerzas de flaqueza y gritó su nombre. Debía matarla, los dos lo sabían. Y debía ser esa noche.

Se oyó un trueno y María recordó el miedo que Pablo le tenía a las tormentas. Por un instante, al oír como gritaba su nombre, sintió pena por él. Hacía tan sólo un rato, ella le habría acunado susurrándole al oído palabras tranquilizadoras. Pero ahora, estaba encerrada en aquella cabaña para no morir a manos  de Pablo, de su hermano, de lo unico que tenía en la vida. Y ya no había marcha atrás, uno de los dos debía morir esa noche y no sería ella.

Tenía que sobreponerse, sólo era una tormenta. Pablo se armó de valor y decidió dar la vuelta a la cabaña en busca de una ventana o una puerta trasera por la que colarse. Sabía que contaba con ventaja, María no estaba en muy buena forma y seguro que estaba agotada, más que él. Si lograba entrar, en una lucha cuerpo a cuerpo, María no tendría nada que hacer. Y entonces vio el cristal roto de la ventana de la cocina. De veras había tenido tanta suerte? Deslizó la mano por el hueco del cristal, abrió la ventana y entró.

María aún no había recuperado el aliento. Sus ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad del lugar y ya empezaba a distinguir débilmente lo que tenía a su alrededor. Parecía la cabaña de un cazador. Sólo había una mesa con un par de sillas y un camastro en un rincón. Al fondo de la habitación, una puerta. Quizás la cocina, quizás un baño. De repente, oyó crujir el suelo de madera detrás de la puerta. No estaba sola.

Pablo sabía que debía ser sigiloso, pero esa cabaña vieja le estaba delatando. A cada paso que daba, oía crujir las tablas de madera bajo sus pies y cada vez estaba más seguro de que María sabía que estaba dentro. Al llegar a la puerta, se dejó de sigilos y sin remilgos la abrió. Ésta chirrió como si no hubiera sido abierta en años.

Mierda. Por dónde había entrado su hermano? Estaba perdida, joder. Viéndole ahí de pie, en la puerta, se sentía indefensa. Era el fin. Estaba claro que moría ella. Cuál había sido su fallo? Entrar en la cabaña? Pero es que ya no podía más, la hubiera alcanzado tarde o temprano. Él era mucho más fuerte y estaba más en forma. Una oleada de orgullo la invadió. Y sonrió.

_ Y ahora yo te clavaba el cuchillo!!

_ Tienes sangre en las rodillas? Enciende la luz!

_ No es nada, tata, y te he vuelto a ganar!! Cómo se te ocurre entrar en la cabaña? Era muerte segura!!

_ Anda, ven aquí que te cure... Has pasado miedo?

_ Sólo un poco... Mañana volvemos a jugar, tata?

_ Mañana te ganaré yo.

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